El Glifosato es el ingrediente de algunos herbicidas. Trastorna las glándulas endocrinas (pituitaria, tiroides, pancreas, ovarios, testículos, suprarenal) y causa cánceres malignos en el sistema linfático, propagándose después por todo el cuerpo (1). El linforma non-Hodgkin aumenta en niños que viven en sitios donde se rocían herbicidas. El primer síntoma de este linfoma es la dilatación de los nódulos linfáticos en el cuello o en la ingle que, aunque no causan dolor, van presionando poco a poco los órganos del cuerpo. También el Glifosato ha causado defectos al nacer y se han encontrado sus residuos en los alimentos, en el agua, en el aire, en la placenta y en la leche materna (2) (3). A pesar de que los herbicidas son biocidas, se fumigan en campos, en el césped de los jardines de casas y escuelas, hospitales, parques y en cada uno de los lados de las autopistas. Se venden en droguerías, mercados y supermercados, mostrándose en paredes tapizadas con botellones de plástico de colores llamativos, rebajados por “fin de temporada” para animar al consumidor a disfrutar de un jardín verde sin una sola mala hierba, en una altura obligatoria del césped de 8 a 10 cm. para guardar la estética del barrio. Los vecinos compiten entre ellos para ver qué jardín se asemeja más al paño verde no tejido de una mesa de billar. Los avisos de los medios de comunicación sobre los peligros que causan los herbicidas son una buena idea para evitar el cáncer, pero ¿cuántas empresas fabricantes de herbicidas van a renunciar al enriquecimiento descomunal de sus ganancias anuales? Mientras que los gobiernos permitan que estos herbicidas venenosos sigan en el mercado o no se sustituyan por otros sanos, el público no estará protegido y no habrá un solo ciudadano que no conozca a alguien con cáncer por exposición a herbicidas tóxicos…
María Isabel Pérez es autora de “La Manzana de Blancanieves”
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